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Tren Maya: las mentiras del megaproyecto que despoja, destruye y contamina, según Greenpeace México

A pesar del discurso oficial que ha pintado al Tren Maya como un símbolo de desarrollo sustentable y justicia social, la realidad que documenta Greenpeace México es otra: devastación ambiental, simulación democrática y beneficio empresarial a costa de la selva y sus pueblos. La organización ha levantado la voz ante lo que considera un crimen ecológico y una traición a las promesas del gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

La asociación denuncia impactos que contradicen los compromisos presidenciales: acciones ilegales, abusos a la biodiversidad y un modelo extractivo disfrazado de progreso. Estas son las cinco grandes falsedades que Greenpeace desmantela punto por punto.

1. “No se va a tocar un solo árbol ni habrá afectación ambiental”

El relato del gobierno se derrumba al ver el terreno. Donde antes se erguía una espesa selva tropical, ahora hay una herida abierta en el corazón verde del país: tierra árida, árboles talados y ecosistemas interrumpidos. Greenpeace revela que más de 10 millones de árboles han sido arrasados para abrir paso al tren, sin contar los estragos de las explosiones para extraer piedra caliza en la península.

El impacto no se queda en la superficie. La instalación de miles de pilotes sobre suelo kárstico —altamente poroso y frágil— está contaminando acuíferos subterráneos, poniendo en jaque el acceso al agua para comunidades y fauna silvestre. Además, documentos internos muestran que se ha instruido el “control de fauna nociva”, con métodos como dardos y redes, lo que para Greenpeace representa un desprecio por la vida animal.

2. “Es un tren pensado para el bienestar de los pueblos”

La promesa de conectividad para las comunidades se queda en el papel. Greenpeace señala que las estaciones están diseñadas para los negocios, no para las personas: alejadas de pueblos, inaccesibles sin automóvil y rodeadas de desarrollos pensados para inversionistas, no para campesinos ni habitantes locales.

Aunque se ofrecen descuentos para la población de la región, los precios del tren superan las posibilidades económicas de la mayoría. Es un transporte que ni conecta, ni sirve, ni está hecho para quienes viven en la península, sino para atraer capitales y abrir camino al turismo de élite.

3. “Es un proyecto que honra a los pueblos mayas”

El nombre del tren es apenas una fachada. Greenpeace denuncia que las comunidades indígenas no han sido escuchadas ni respetadas, a pesar de que la ley exige consultas previas, libres e informadas. Lo que en muchos casos se realizó fue una simulación: asambleas manipuladas, presiones veladas y una militarización que generó miedo e imposición.

Varias comunidades han alzado la voz para decir claramente que este tren no es “maya”, ni por origen, ni por destino, sino una imposición que amenaza sus territorios y formas de vida.

4. “El Tren Maya traerá desarrollo y progreso a la región”

La organización ambiental desmonta la ilusión del desarrollo con una advertencia clara: lo que se está sembrando no es prosperidad, sino un escenario de destrucción a largo plazo. Peritajes recientes indican que, de continuar la expansión inmobiliaria y los intereses extractivos ligados al tren, más de 2 millones de hectáreas de selva podrían perderse para 2050.

Esto no es un camino al progreso, sino una ruta directa hacia el colapso ambiental. La selva maya —uno de los pulmones verdes del planeta— está siendo reemplazada por hoteles, carreteras y monocultivos industriales. Greenpeace lo resume así: no hay futuro posible en un modelo que devora lo que debería proteger.

5. “Será un tren turístico para mostrar la belleza natural del sureste”

La retórica del turismo sostenible ha sido uno de los pilares del proyecto. Sin embargo, Greenpeace señala que esta narrativa oculta las verdaderas intenciones del tren: convertirse en un transporte de carga que facilite el despojo de recursos naturales. El propio director del proyecto ha admitido que el turismo no será suficiente para sostener su operación.

El plan oculto, según la organización, es claro: transportar mercancías, aumentar la explotación agrícola e industrial, y facilitar un modelo económico que envenena el agua, contamina el suelo y expulsa a la gente del campo. La selva se vuelve mercancía y el paisaje, una postal rota.

Un tren que atropella derechos, territorios y ecosistemas

Las denuncias de Greenpeace exponen lo que muchos medios y autoridades callan: el Tren Maya no es un proyecto sustentable, sino una maquinaria que avanza a costa del equilibrio ecológico y la dignidad de los pueblos.

Este megaproyecto no representa un futuro de justicia, sino un presente de saqueo maquillado de modernidad. Ante ello, la organización invita a ver el documental “Voces de la Selva Maya. Una batalla por la vida”, para conocer los testimonios de quienes defienden el territorio frente a la imposición.

Hoy más que nunca, la pregunta es urgente:
¿Qué estamos dispuestos a perder por una obra que se prometió como esperanza y ha resultado en despojo?