En la era digital, nos encontramos con un fenómeno que refleja tanto nuestra curiosidad como nuestra vulnerabilidad: el «doomscrolling». Este término describe el acto de desplazarse interminablemente a través de noticias negativas, una conducta que se ha vuelto casi inevitable con la omnipresencia de los dispositivos móviles y las redes sociales. Si a este hábito le sumamos la tendencia humana a la comparación social, el resultado es un cóctel tóxico.
Es curioso cómo, en lugar de buscar información positiva o edificante, solemos detenernos en lo más sombrío que las plataformas digitales tienen para ofrecernos. Las noticias catastróficas, las crisis globales o las controversias políticas parecen capturar nuestra atención de manera casi hipnótica.
El problema es que, mientras el cerebro se obsesiona con lo negativo, se generan efectos devastadores en nuestro bienestar emocional (ansiedad, estrés, depresión) que pueden surgir cuando uno se ve inmerso en un ciclo continuo de exposición a malas noticias. Nos sentimos abrumados, como si el mundo estuviera cayendo a pedazos y no hubiera escape.
Por otro lado, mientras nos desplazamos entre noticias desalentadoras, también nos enfrentamos a otro fenómeno: la comparación social. Según la teoría del psicólogo Leon Festinger, los seres humanos tienen una tendencia innata a evaluarse a sí mismos comparándose con los demás. Este mecanismo puede ser adaptativo, ya que nos permite aprender de nuestros pares, pero en el entorno artificial de las redes sociales, se vuelve insidioso.
En las plataformas sociales la mayoría de las personas muestran una versión editada y perfeccionada de sus vidas. Las imágenes de éxito profesional, viajes de ensueño o relaciones perfectas abundan, creando la falsa percepción de que la vida de los demás es infinitamente más satisfactoria que la nuestra. Esta constante exposición a la «perfección» ajena alimenta la insatisfacción personal, la baja autoestima y un sentimiento general de incompetencia.
El peligro del doomscrolling combinado con la comparación social radica en su capacidad de retroalimentarse. Mientras nos hundimos en el mar de noticias negativas, es fácil sentir que no tenemos el control de nuestra vida o del mundo que nos rodea. Al mismo tiempo, al ver cómo otros parecen prosperar sin esfuerzo, la desesperanza crece. Este ciclo refuerza la idea de que nuestros problemas son únicos e insuperables, lo que puede llevarnos a un estado de parálisis emocional.
Pero si aprendemos a tomar medidas para ser más conscientes de nuestras interacciones con las redes sociales y a regular nuestra exposición a estos estímulos, podemos protegernos de sus efectos más destructivos. La clave está en reconocer que, aunque el mundo puede parecer caótico y las vidas de los demás perfectas, nosotros tenemos el poder de elegir cómo interactuar con esa realidad.
Gina Oropeza
Lic. en Psicología, Educadora en Diabetes Certificada, Instructora Certificada de Bomba de Insulina. Viviendo con diabetes tipo 1
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