La elección de la primera mujer presidenta en México marca un antes y un después en la historia del país. Este hito no solo representa una transformación política, sino también un profundo impacto en la psicología colectiva de la nación. En un país donde las estructuras patriarcales han dominado por siglos, la llegada de una mujer a la presidencia tiene implicaciones que van más allá de lo simbólico. Esta elección refleja el cambio en la percepción social del género, la construcción de nuevos referentes y una posible renovación del sentido de identidad colectiva.
Históricamente, la narrativa ha dictado que los puestos de poder, especialmente en el ámbito político, eran un territorio casi exclusivo para los hombres. Este tipo de representación femenina en un puesto tan influyente ofrece un modelo de éxito y poder para las generaciones presentes y futuras de mujeres.
La presencia de una presidenta no solo actúa como un ejemplo a seguir para las mujeres jóvenes que antes no veían el liderazgo como una opción accesible, sino que también ayuda a derribar estereotipos internalizados. La elección de una mujer presidenta comunica que el género no determina la capacidad para liderar un país, rompiendo creencias limitantes arraigadas durante generaciones.
La representación importa, y la falta de mujeres en puestos de poder históricamente ha perpetuado la idea de que ciertos roles no son para ellas. Ahora, con una presidenta, las niñas mexicanas pueden proyectarse en roles de liderazgo y tomar decisiones con una mayor convicción sobre sus capacidades. Esto no solo beneficia su desarrollo individual, sino que, a largo plazo, contribuye a una sociedad más equitativa, donde las mujeres se sienten más empoderadas para ocupar espacios tradicionalmente dominados por hombres.
Es crucial reconocer que el camino hacia la igualdad de género no termina con la elección de una presidenta. El cambio de mentalidad de una sociedad profundamente arraigada en el machismo será gradual y lleno de desafíos.
Este tipo de resistencia es natural en procesos de cambio social. Sin embargo, es precisamente a través de la exposición continua a nuevos modelos y estructuras de poder que estos prejuicios empiezan a desmantelarse. La visibilidad de una presidenta puede generar conversaciones necesarias sobre los roles de género, permitiendo que la sociedad examine y desafíe sus propias creencias arraigadas.
Si bien la elección de una mujer presidenta es un avance significativo, no debemos perder de vista los desafíos psicológicos y emocionales que conlleva ser la primera en un espacio predominantemente masculino. Las mujeres en roles de liderazgo suelen enfrentar una presión desmedida para desempeñarse perfectamente, debido a que su éxito o fracaso puede ser percibido como representativo de todo su género.
Finalmente, este hito no solo afecta a las mujeres, sino también a los hombres. La elección de una mujer presidenta ofrece una oportunidad para reconfigurar la masculinidad en México. Durante siglos, los hombres han sido condicionados a asumir ciertos roles de poder y control, muchas veces a expensas de su propio bienestar emocional. La presencia de una líder mujer en la presidencia invita a una revisión de estos roles y permite a los hombres abrazar formas de liderazgo y convivencia más equitativas y colaborativas.
La transformación no será inmediata, pero el simple hecho de ver a una mujer en el cargo más alto del país ya está plantando las semillas de un cambio duradero en la mentalidad colectiva de México.
Gina Oropeza
Lic. en Psicología, Educadora en Diabetes Certificada, Instructora Certificada de Bomba de Insulina. Viviendo con diabetes tipo 1
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